viernes, 28 de febrero de 2014

Semblanza.

20 años.

El aroma a madreselva en el aire, la sombra de incontables pinos, anacahuitas, eucaliptos, acacias y demás árboles que adornan tus calles de tierra. Las luciérnagas, los benteveos, las chicharras dándole cuerda en verano, las ranitas lloronas en invierno. El jardín de pasto, tanto el del frente como el del fondo, la piscina, la playa. El polvo cubriéndolo todo, la lluvia que viene y lo lava todo. Tus amaneceres y atardeceres, el sol y la luna, la bóveda estrellada. El 7E7R. Las tres calles asfaltadas. El alumbrado público que no alumbra, o alumbra de a ratos. Pasar una tormenta bajo techo, disfrutando cómo el sonido de la lluvia se cuela entre las ramas y los tejados, para luego sufrirla si hay que salir. Ir a Montevideo. La rambla que no es rambla. La pizzería del Lago, electrónica y reggae. Los cambios, porque si algo ha cambiado en los últimos 20 años es la Ciudad de la Costa, y cambió pila. 
El sentido de pertenencia, porque, mal o bien, uno termina queriendo el lugar donde (casi) nació, creció, tuvo su primer amor, empezó su primer día de liceo, se peleó con su hermano, jugó a la escondida, al football, rió, lloró, saltó, corrió, cogió. Ese lugar que extrañamos cuando nos alejamos y que luego nos hace sentir muy bien apenas volvemos. Ese lugar que llamamos hogar. El sentimiento de pertenencia. Ese lugar al cual nos referimos como "yo soy de...", con el pecho hinchado de orgullo por ser de donde somos.
Qué lindo es tener un lugarcito así en el mundo, y poder llevarlo en el corazón sin importar el destino.
Por siempre Shangrillá.



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