sábado, 20 de diciembre de 2014

Incoherencias I

Esto lo escribía hace exactamente un año hoy, cómo vuela el tiempo.


Venía a escribir algo, pero no sé qué. Sé que estoy fumado. Que Santiago duerme en la hamaca. Que la música me está haciendo viajar.
¿Qué sentido tiene saberlo todo? ¿Con qué necesidad el hombre busca constantemente predecir el futuro? Pareciera no darse cuenta de que, de esa manera, le quita la emoción a toda relación humana. ¿Qué es acaso lo más bello de compartir un momento con otra persona sino lo impredecible de su ser? En efecto, cuando uno está compartiendo momentos con otra persona lo más lindo es no saber qué es lo que va a pasar. El hecho de que decida pararse o no, tomar un vaso de agua o no, prender un porro o no y las infinitas acciones que repercutirán a partir de ello son las que vuelven interesante el momento. ¿Por qué habríamos de escuchar a otra persona si no fuese por el hecho de que tiene algo para decirnos que no sabemos? Y es ese amor/odio que tenemos por lo desconocido, por lo aún no descubierto, lo que nos motiva a permanecer en compañía de otro ser humano. Por cierto, son esas personas vacías, esas a las que fácilmente se les saca el argumento de su película en un abrir y cerrar de ojos, las que menos nos invitan a pasar el rato. ¿Qué sentido tiene estar con alguien que no va a aportarme en absolutamente nada? Por el contrario, quien sí tiene algo dentro de él, quien te engancha con una conversación, quien te mantiene atento, no será aquel que tenga algo distinto para decir. El buen argumentador, claramente, conocerá tanto argumentos a favor como en contra del tema en cuestión. No, aquel que logre captar tu atención será aquel que, diciéndote ya sea algo que siga tu misma línea de pensamiento como algo que la contradiga, te otorgue algún nuevo saber. Aquel que sí tenga algo nuevo para ofrecerte, para engancharte. Por ello aquel que se junta con otro por su apariencia física tiene las de perder, en muchos casos. Para mí, este desconocimiento que nos invita a meternos en relaciones con otras personas, hace que el querer saberlo todo sea innecesario y hasta contradictorio con nosotros mismos.
Hace un par de meses yo creía saberlo todo. Tenía el novio, los amigos, un buen promedio universitario. La relación con mi vieja nunca había sido mejor. La vida me sonreía, y yo le correspondía, ¿por qué no habría de hacerlo? Y así como puede tomarte horas construir el castillo a la orilla del mar, es cuestión de un par de olas para que todo se reduzca a una pila de arena nuevamente. Un par de semanas y yo no tenía ni novio ni amigos. El promedio universitario fue lo único que me quedó.
El año lo comencé con el pie izquierdo, de eso no cabe dudas. Pero sorprendido con mi propia capacidad de encarar. Superado el verano y todas sus idas y venidas, el sol de marzo iluminaba mi rostro y hacía más ameno el camino que comenzaba a andar. Y siguió brillando hasta cerrado el invierno. Hasta que una serie de eventos desafortunados logró cubrir el cielo. Ha sido una primavera negra, de eso no hay duda.
No importa ya cuál fue el motivo del distanciamiento, lo cierto es que se fueron dos de los más necesarios. Y así lo quiera o no, siguen lejos, un poco más cerca, pero lo suficientemente lejos como para no poder sentir su calor. Me faltan. Me siguen faltando. Pero, ¿y ahora qué hacer? Porque ya no encuentro formas de hacer que vuelvan. Lo he intentado. Ellos no quisieron, ahora yo tampoco quiero. Creo. Ya pasó más tiempo del que pretendía aguantar. Al menos del que pensé que iba a aguantar. Qué bueno es no saberlo todo y poder descubrirse algo nuevo todos los días. Ahora ya ni sé qué quiero. Quizás es cierto que todo va y todo viene, pero, qué feo que es ese momento entre que se fue y volvió. Tratando que los días se vuelvan interesantes. Tratando de agregarles un algo que los mueva. Buscándome.
Sé que es una reflexión a la que he llegado por ciertos caminos que tomó mi vida y que ojalá no le pase a nadie, pero, qué poca importancia le da la gente a lo que realmente vale y cuánto valor la agrega a elementos superfluos e irrelevantes de nuestra vida diaria. Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Y es así. Y tantos no saben lo que sí tienen, y lo descuidan, y les importan cosas tan poco importantes. Es triste, pero es cierto.


martes, 9 de diciembre de 2014

domingo, 30 de noviembre de 2014

Mentirme.


Sería mentirme no reconocer que las cosas han cambiado. Ya no duele, no como dolía hace unos años, cuando el pecho se me cerraba y el poco aire que entraba en mi pecho me sofocaba. Ya no lloro todo el tiempo, ya puedo escuchar música sin derramar ríos de lágrimas. Me estaría engañando si no reconociera que ahora el tiempo todo lo ha calmado, que la tempestad ha mermado y que aquello que hace un tiempo me arrastraba hacia el fondo de un lúgubre pozo ahora apenas me estremece y, como mucho, logra sacarme unas débiles lágrimas. El corazón ya no grita como solía hacerlo y la garganta ya no se me anuda. Horas de mi vida fueron vividas en las tinieblas, golpeándome ciegamente contra muros que yo mismo levantaba, entorpecido por mis propias inseguridades y miedos, siendo la hora de dormir la única hora feliz, ya que me permitía alejarme de mi sufrimiento. 
Todo eso ha llegado ya a su fin, casi. Ahora puedo evocar recuerdos de los más dolorosos sin que ello signifique caer nuevamente en el pozo. La recuerdo y extraño todos los días, claro que sí, pero eso no evita que cada día su ausencia me dañe menos.
Esto quiere decir que lo estoy superando, sin lugar a dudas. Pero no sé hasta qué punto quiero hacerlo, si ello implica sentir menos.
Porque el sufrimiento, siendo aquel sentimiento que más buscamos evitar, es también aquel, junto al amor, que más humano nos hace. Quería estar mejor, y lo estoy, pero hoy eso me quita humanidad. No me considero masoquista, pero sufrir, llorar, sentirme mal, me reportan una satisfacción inconmensurable, me dicen que existo.
Sentimientos encontrados, quiero estar bien, pero también quiero estar mal.
Ya no lloro, ya no sufro, ya no siento. 

lunes, 21 de julio de 2014

Fyra.

Con la cabeza bien alta, casi en las nubes, transito mis días. Haciendo esto, haciendo aquello, haciendo nada.
Todo el tiempo buscando algo que no sé qué es, insatisfecho, a medio llenar, a veces desesperanzado.
Y llego constantemente a encrucijadas, a respuestas sin preguntas. Si pudiese detener los relojes del mundo entero y por un instante respirar con la tranquilidad de que el aire está fijo y que no estoy renunciando a nada.
Estoy ahí, en ese punto, tú lo conoces. Tú lo viviste, tú lo sufriste, tú no pudiste. Y aquí yo, repitiendo, sin guía. 
Si tan solo aparecieras y me aconsejases, qué tanto más fácil sería todo.
Pero sólo en sueños, cuando los tengo, es que logro conciliar mi realidad y mi expectativa.
Ya no quiero llorar más, mis ojos rojos e hinchados dificultan mi visión y mi voz entrecortada da una imagen de mí que dista de lo que soy, o capaz que no.
A veces me pregunto, equívocamente, cómo sería. A veces no, dejo de llorar, me armo de energía y salgo a la calle a hacer aquello que creo que tengo que hacer.
Y después de que todo el dolor se ha ido, con la cara seca, una mueca que simula un sonrisa y la mirada relajada, vuelvo a la actividad, a olvidar por un rato, inútilmente, todo lo que me pesa.
Hasta que una sonrisa, una canción, una experiencia me transporten nuevamente a ese lugar que llevo dentro, donde no llevo más que recuerdos y sensaciones que van perdiendo su calor.
Y cada día un instante volver a pensar en ti.

lunes, 30 de junio de 2014

Ilu.

Te conocí una agradable noche de octubre, entre copas y risas, rodeados de afectos, de arte, de belleza. Tu mirada cayó sobre la mía e instantáneamente me sentí abrazado. Tus dulces ojos me envolvieron y elevaron mi espíritu a un lugar cálido y lleno de amor. Si alguna vez me había sentido igual no lo recordaba, mas nunca olvidaré cómo me sentí en ese momento. Tú dijiste algo, yo enmudecí, contesté alguna incoherencia, sonreíste. Tu sonrisa le devolvió a mi lastimado corazón la fuerza para llenar mi cuerpo de felicidad. Sonreí.
Otra noche, esta vez otoñal, nos volvió a encontrar sonriendo y otra vez me miraste fijamente y otra vez mis piernas temblaron, mi garganta se anudó y volví a sentir aquel cosquilleo de la noche del primer encuentro. La misma mirada, la misma expresión, las mismas ganas de tomarte en mis brazos y que nos fundiésemos en un beso.
La tercera vez nos besamos. Y fuimos uno. Y el tiempo discurrió tan lento, tan lleno de caricias. Tus brazos me acurrucaron y abrigaron. Tú sonreíste una vez más, yo soñé plácidamente.


viernes, 28 de febrero de 2014

Semblanza.

20 años.

El aroma a madreselva en el aire, la sombra de incontables pinos, anacahuitas, eucaliptos, acacias y demás árboles que adornan tus calles de tierra. Las luciérnagas, los benteveos, las chicharras dándole cuerda en verano, las ranitas lloronas en invierno. El jardín de pasto, tanto el del frente como el del fondo, la piscina, la playa. El polvo cubriéndolo todo, la lluvia que viene y lo lava todo. Tus amaneceres y atardeceres, el sol y la luna, la bóveda estrellada. El 7E7R. Las tres calles asfaltadas. El alumbrado público que no alumbra, o alumbra de a ratos. Pasar una tormenta bajo techo, disfrutando cómo el sonido de la lluvia se cuela entre las ramas y los tejados, para luego sufrirla si hay que salir. Ir a Montevideo. La rambla que no es rambla. La pizzería del Lago, electrónica y reggae. Los cambios, porque si algo ha cambiado en los últimos 20 años es la Ciudad de la Costa, y cambió pila. 
El sentido de pertenencia, porque, mal o bien, uno termina queriendo el lugar donde (casi) nació, creció, tuvo su primer amor, empezó su primer día de liceo, se peleó con su hermano, jugó a la escondida, al football, rió, lloró, saltó, corrió, cogió. Ese lugar que extrañamos cuando nos alejamos y que luego nos hace sentir muy bien apenas volvemos. Ese lugar que llamamos hogar. El sentimiento de pertenencia. Ese lugar al cual nos referimos como "yo soy de...", con el pecho hinchado de orgullo por ser de donde somos.
Qué lindo es tener un lugarcito así en el mundo, y poder llevarlo en el corazón sin importar el destino.
Por siempre Shangrillá.



martes, 25 de febrero de 2014

Desesperación.

Tu corazón es un relajo, y no lo admitirías. 
Un tardío despertar, seguido del llanto más largo que has dado en mucho tiempo, ¿qué te sucede?, ¿qué ha suscitado todo esto? 
Y cuando menos te los esperas, te toma por la espalda, y te abraza. Pero no es un abrazo cálido, no, es el frío apretón de la memoria, que a veces ayuda, cura, ordena, mas otra tantas hace la de tapa. Toma todo lo que más te hace sufrir, lo hace una bola, y lo mete en el fondo de un obscuro y poco visitado pozo. De momento, todo esto te hace sentir muy bien, pero de tanto en tanto, todo sale. Son constantes las ganas de ver la luz, pero por lo general lo controlas. 
Hoy no, hoy salió con un raudal inconmensurable que te arrastró al vacío. O más bien el vacío se arrastró hasta ti. Vino, se instaló, volvió. La presión en el pecho, el latido entrecortado, el dolor. Duele, mucho. Duele como hace rato no duele. 
¿Por qué?, ¿qué está pasando ¿Estaré precipitándome a conclusiones demasiado tempranas si creo que en realidad todo eso que ahora está aflorando siempre ha estado en el mismo lugar y es lo causante de mi desvariar reciente? La inspiración, la bendita inspiración que no viene más. Nada me mueve, nada me excita, nada me motiva. Y, sin embargo, aquí está el vacío una vez más. No sé si quiero seguir sufriendo así. Quiero dar un paso adelante, ¿por qué esta repentina marcha atrás? No tiene sentido. Y todo esto que estaba guardado en mi interior, que me carcomía lentamente, como el fuego en la braza, que me impedía moverme adelante. Y toda esta catarsis, espero, deseo, que signifique un nuevo arranque.
¿Por qué todo esto?

lunes, 24 de febrero de 2014

Nemo.

Hay muchas cosas que de un momento a otro abandonan su estadía en el presente para alojarse en el pasado. Mucha gente que ya no está y que aún así la sentimos, porque todo es tan reciente, como si el aire que respirásemos no hubiese cambiado todavía. 
Y ciertamente a algunas de esas personas uno decide dejarlas de lado. Porque maduraste, porque pasaste del liceo a la facultad, porque te mudaste, porque cambiaste de boliche, por lo que sea. Esa gente con la que estaba todo bien, con la que te re divertías, con la que la pasabas genial, con quienes, en cierta forma, eras feliz. Gente que de repente vas dejando de ver, dejás de escribirles, dejás de agitarlos para salir, en fin, con quien dejás de llevarte. Y un día, ya sea una semana, un mes, o incluso un año después, te das cuenta que esa persona ya forma parte de ese pasado. Posiblemente, porque este es un país chiquito (y el mundo en general es chiquito), se vuelvan a cruzar y, posiblemente, se saluden, se pregunten al unísono "¿todo bien?", y sigan sus caminos. Y por un breve momento aquella persona volverá al presente, para irse nuevamente al pasado. 
Bueno, ahora pensalo al revés, pensá que sos vos al que dejan de hablarle, al que dejan de invitarlo para salir, al que dejan de preguntarle cómo está. A quien ignoran y eliminan de su cotidianidad. 
"Así que es así es como se siente ser olvidado".