sábado, 4 de agosto de 2012

Él siempre odió las flores.

Capaz que la solución estuvo todo el tiempo frente a mis ojos y yo de necio no pude verlo. Hoy me senté frente al espejo, y vi todo aquello que durante mucho tiempo negué. 

Hay filmes en los que un personaje le dice a otro que todo va a estar bien, que todo saldrá adelante, que nada malo sucederá. Aún a sabiendas de que su línea es una mentira. 
Yo siempre preferí que me mintieras, te pedía que que me dijeras que los problemas se iban a solucionar, y vos lo hacías. A veces porque realmente lo creías así, otras porque era tu forma de no estar mal. Podemos bloquear una y otra vez la realidad, engañar a otros, a nosotros mismos, pero si hay algo a lo que no podemos evitar es al tiempo. Este, tarde o temprano, pasa. A veces llega casi al instante, y caemos rendidos, sin energía, sin poder oponernos a esta fuerza mayor, que nos empuja hacia adelante aun cuando no hay un suelo en el cual apoyarse. Y sí, duele mucho, pero ese dolor se va. El problema reside cuando todo demora más de lo debido. Cuando los meses, los años, pasan uno tras otro y el "todo estará bien" se extiende como un manto cuasi imperceptible que te rodea, te envuelve y te hace sentir mejor. Te da seguridad, confianza, te la vitalidad necesaria para volver a ponerte de pie y así poder caminar y caminar y caminar. Ya sea solo, o tomados de la mano. Pero como a todo lo que nace de una mentira, le llega su hora. Ya los griegos creían que el ser humano decía la verdad, no porque estuviera bien moralmente, sino porque era más fácil. Mentir cuesta, y mucho. Hay que elegir las palabras a decirse sabiamente, evitar la exageración, ser moderado, y luego, tener la inteligencia y memoria suficientes como para evitar contradecirse a uno mismo. Además de saber y poder cargar con el peso de aquello que ha sido erigido. Bendito sea quien cumpla con todas estas cualidades. Mas a veces mentir no es suficiente. Ya que no existen mentiras blancas, mentiras chiquitas o mentiras grandes. Todas son iguales, todas logran causar el mismo mal, todas terminan destruyendo lo que crearon. Porque lo que surja del engaño, terminará siendo consumido por este. Y desde adentro, de la forma más vil y agonizante.

Hoy contemplo lo que queda de lo que alguna vez fue. Y no puedo hacer más que bajar la mirada y pensar que, al menos yo, hice lo que pude. Y si tengo que adjudicarme algún error, será ese, haberte pedido que me mintieras.
Supongamos que volvés. Supongamos que estás aquí de nuevo. Supongamos que tu mirada se posa sobre mí, como tantas veces en el pasado, pero esta vez con un calor especial. 





miércoles, 1 de agosto de 2012

Dicen que los gatos tienen nueve vidas.

Sé que te echabas en el pretil de mi ventana sólo por conveniencia ya que sabías que era la última a la que le daba el sol durante el día, pero yo te quería igual, eras mi gata. Yo te nombré, tras una compañerita que me gustaba en jardinera de 4, la cual volví a ver muchos años después en el liceo y que rió mucho al enterarse de la noticia. Yo te asistí en tu único parto exitoso, y luego vi crecer 
a Mordelón en casa de papá, el negrito ese el cual se convirtió en otro personaje de aquellos. Yo te dejaba colarte por la ventana del baño cuando iba bien temprano antes de clases, y me hacía el boludo cuando me iba de casa y te veía acostada en el sillón.

En fin, casi trece años no son pavada, obvio que hay muchas cosas que te vi hacer y otras tantas de las que fui partícipe.
Que en paz descanses Leto, te lo ganaste.







Leticia (Montevideo, vacaciones de primavera, septiembre de 1999 - Shangrillá, 1º de agosto de 2012)