martes, 26 de noviembre de 2013

La eternidad en un instante.

Acto seguido me quité las gafas, me recosté sobre el blanco médano y comencé a introducir lentamente mis dedos en la tibia arena. Primero fueron los de las manos, luego los de los pies. La duna se moldeaba con cada movimiento que daba, deslizándose plácidamente entre mis extremidades. Cerré los ojos y dejé que el sol bañase con su luz mi desnudo cuerpo, el suave murmullo del mar se escuchaba a lo lejos y el viento apenas llegaba a ser un suspiro. Sentí el latido de mi corazón, sentí el latido de la Tierra, y dejé que el primero adquiriera el compás del segundo. Vibrando con la misma intensidad, la energía que fluía dentro de mí empezó de a poquito a salir por la punta de mis dedos y a colarse entre los granitos de arena que me rodeaban, dejando paso a la proveniente del lugar para que inundase mi ser. Mi cuerpo no tenía ya ni principio ni fin, lo era todo y a la misma vez no era nada. 
Era como vivir la eternidad en un instante.




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