sábado, 5 de febrero de 2011

Gorda Pelotuda. [Capítulo 2]








De camino a la oficina.

De camino a la parada del colectivo te cruzaste con una llamativa moneda brillante tirada al costado de la vereda, y debido a ese apetito voraz e insaciable que te caracteriza te agachaste a levantarla. "¿Con qué necesidad?", fue lo que un coro de querubines que sobrevolaba la zona exclamó al ver como la corta falda se iba remangando lentamente hasta quedar arrollada como la piel de un Chow Chow, dejando al descubierto una atrevida y "picante" tanga atigrada. Fue tan pero tan grande el espanto con el que quedaron los pobres angelitos que uno terminó impactándose contra la copa de un árbol cercano.
Mas el sobresalto general de la calle superó ampliamente al susto de los pequeños voladores, ya que al ver ese embutido blanco saliendo presurosamente de entre aquellas piernas un niño que se dirigía al colegio en su bicicleta terminó en el suelo con una paleta quebrada, una viejecita que iba camino a la feria se dio la vuelta y volvió rápidamente a su casa rezando dos Padres Nuestros y un Ave María, y hasta un auto desvió su trayecto dándose de lleno contra una columna, debido a que el conductor quedó atónito ante tal espectáculo.
¿Y la mujer? Ya con su moneda en la cartera, su vestido indiscretamente acomodado con un tirón de cada lado y un sacudón de cadera simultáneo (más la infaltable subida de senos y bretel), y sin haberse percatado en lo más mínimo de lo que ocurría a su alrededor, dio un paso al frente, luego otro, y así sucesivamente hasta llegar a la parada. Una vez allí se acercó a la ventanilla del kiosco que se ubicaba al lado, se compró un refresco "light", cuando todos sabemos que no le sirve de nada, una medialuna de jamón y queso, a pesar del desayuno, tremendo desayuno, que se acababa de mandar, y un paquete de chicles sin azúcar, para los dientes, y se paró a comer su primer "bocadillo" matinal hasta que llegó el ómnibus. Todos la miraron de reojo mientras se subía al gran vehículo y luego de pagar el importe del boleto se fue a sentar. Ahí las miradas se incrementaron ya que la mujer pretendía sentarse y no había dos asientos vacíos juntos, por ende un pequeño niño se vio afectado al ver ese enorme trasero dirigirse encima suyo y no poder hacer nada al respecto, terminando cuasi aplastado y sin aire en sus pulmones, por lo que expresar algo en un grito le fue imposible. Para su suerte, la parada siguiente era la suya así que saltó de una forma indescriptible y pudo escapar de aquel asiento maldito. Ahora sí, ¡los dos asientos eran suyos! Siete minutos más de viaje y la travesía llegó a su fin. Se paró, pidió infinitos "permisos" y "disculpas" y al fin se bajó. Un ómnibus entero lo agradeció.
Para su suerte, la oficina pública en la gastaba sus horas útiles se encontraba a media cuadra. Caminó con paso relajado hasta ahí, abrió la puerta de personal y entró.
Fin del capítulo dos, ya se vendrá en tres :D

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