Partida la tierra, el abismo que nos separaba cada vez se hacía más grande. Tan grande, que mirando al otro lado ya no era capaz de reconocer tu cara desdibujada por la distancia. La soledad que me propició tu partida se sintió interminable, tanto que ya dudaba de volver a ver tu rostro otra vez.
Afortunadamente, la felicidad, ese minúsculo rayito de sol capaz de calentar a la más desprotegida de las almas, llegó deslizándose entre tus palabras, inundando mi ser, alegrándome.
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