Hola.
Hace mucho que nos conocemos,
pero a veces siento como si no lo hiciéramos para nada. Y se siente extraño.
Me gustaría describirte,
demostrarte cuánto sé del mundo, de la vida, de ti. Pero no, se me hace
difícil, cuanto más me adentro en tus pensamientos, menos los comprendo.
Ya hace 18 años, casi 19, que
estamos en la misma, esa dualidad que se nos presenta cada vez que nos
cruzamos. Cada vez que uno de nosotros toca la puerta del otro.
Y hace frío, mucho frío, y el
mar ya casi se lo tragó todo.
Esto me recuerda a un poema
que alguna vez leí, decía algo acerca del agua que llegaba, lo barría todo a su
paso y luego dejaba al descubierto lo que menos quería uno ver, cuando la
blanca arena de la superficie se iba y la dura roca del fondo afloraba. Tenía que ver con una amada que se había ido, así sin más, pero hasta ahí llego.Y no sólo
me cuesta recordar algunos versos, también se me está dificultando mucho traer
a mi mente otras cosas, como si tú te estuvieras oponiendo a ello, como si ya
no quisieras hacerlo, y yo no sé por qué. Ya no duele recordar, ¿será por esto
que las memorias se están desvaneciendo? Capaz, cuando ya no sirven, cuando ya
no cumplen más su cometido de hacernos ver lo que pasó para así poder actuar
distinto en el ahora y en el mañana, se van. Lo de los nombres siempre fue
así, y ambos lo sabemos. Es muy probable que al rato de hablar, ya no sepa cómo
te llamas, hasta que me lo digas de nuevo. Para luego volver a olvidarlo. Pero
de tu cara no me desharé. No, las caras siempre quedan almacenadas en mi
retina, como una película que no se deja corroer por el paso del tiempo. Y así,
sin importar si el nombre o la cara, o la cara y el nombre, hay otras cosas que
se están yendo.
Capaz es signo de que estoy creciendo,
cosa que igual creo nunca haber dejado de hacer, y ya hay historias que no
importa conservar. Por más de que me gustaría seguir haciéndolo. Y vuelvo a lo mismo, cada vez que noto
un cambio en mí, al menos uno que me importe lo suficiente, recurro a ti. En
busca de respuestas, de consejos, de una voz que me diga qué hacer, que
simplemente me diga algo. Y
así hoy, como tantas veces antes, me hablas en una lengua que me cuesta
comprender.
Ya no tolero el frío, mejor
me voy.
Chau.
Yo que no recuerdo nada, que he olvidado a conciencia y sin tapujos, nunca olvidaré ni el más mínimo detalle de ti. Yo, memento del subdesarrollo, guiñapo abollado por las horas los días y los años, viejo harapiento por dentro, atesoro todo. El bebé y el niño y el adolescente y el hombre. Cada peripecia y cada estirón. Tu pasado y tu presente y tu futuro probable. No como fotos ni como anécdotas, al menos no totalmente. Pero si como aquello de lo que estoy hecho. Hijo querido: somos sobre todo lo que logramos a pesar de lo que no podemos. Y entre un extremo y el otro hay un segundo, un milímetro, una fracción ridícula. Yo, que conozco una punta y la otra de tu adn, afirmo que por ambos extremos sos hijo del amor, de querer cosas buenas. Todos sentimos frío, todos sentimos calor. Pero por favor, nunca te vayas.
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