Esto lo escribía hace exactamente un año hoy, cómo vuela el tiempo.
Venía
a escribir algo, pero no sé qué. Sé que estoy fumado. Que Santiago
duerme en la hamaca. Que la música me está haciendo viajar.
¿Qué
sentido tiene saberlo todo? ¿Con qué necesidad el hombre busca
constantemente predecir el futuro? Pareciera no darse cuenta de que,
de esa manera, le quita la emoción a toda relación humana. ¿Qué
es acaso lo más bello de compartir un momento con otra persona sino
lo impredecible de su ser? En efecto, cuando uno está compartiendo
momentos con otra persona lo más lindo es no saber qué es lo que va
a pasar. El hecho de que decida pararse o no, tomar un vaso de agua o
no, prender un porro o no y las infinitas acciones que repercutirán
a partir de ello son las que vuelven interesante el momento. ¿Por
qué habríamos de escuchar a otra persona si no fuese por el hecho
de que tiene algo para decirnos que no sabemos? Y es ese amor/odio
que tenemos por lo desconocido, por lo aún no descubierto, lo que
nos motiva a permanecer en compañía de otro ser humano. Por cierto,
son esas personas vacías, esas a las que fácilmente se les saca el
argumento de su película en un abrir y cerrar de ojos, las que menos
nos invitan a pasar el rato. ¿Qué sentido tiene estar con alguien
que no va a aportarme en absolutamente nada? Por el contrario, quien
sí tiene algo dentro de él, quien te engancha con una conversación,
quien te mantiene atento, no será aquel que tenga algo distinto para
decir. El buen argumentador, claramente, conocerá tanto argumentos a
favor como en contra del tema en cuestión. No, aquel que logre
captar tu atención será aquel que, diciéndote ya sea algo que siga
tu misma línea de pensamiento como algo que la contradiga, te
otorgue algún nuevo saber. Aquel que sí tenga algo nuevo para
ofrecerte, para engancharte. Por ello aquel que se junta con otro por
su apariencia física tiene las de perder, en muchos casos. Para mí,
este desconocimiento que nos invita a meternos en relaciones con
otras personas, hace que el querer saberlo todo sea innecesario y
hasta contradictorio con nosotros mismos.
Hace un
par de meses yo creía saberlo todo. Tenía el novio, los amigos, un
buen promedio universitario. La relación con mi vieja nunca había
sido mejor. La vida me sonreía, y yo le correspondía, ¿por qué no
habría de hacerlo? Y así como puede tomarte horas construir el
castillo a la orilla del mar, es cuestión de un par de olas para que
todo se reduzca a una pila de arena nuevamente. Un par de semanas y
yo no tenía ni novio ni amigos. El promedio universitario fue lo
único que me quedó.
El año
lo comencé con el pie izquierdo, de eso no cabe dudas. Pero
sorprendido con mi propia capacidad de encarar. Superado el verano y
todas sus idas y venidas, el sol de marzo iluminaba mi rostro y hacía
más ameno el camino que comenzaba a andar. Y siguió brillando hasta
cerrado el invierno. Hasta que una serie de eventos desafortunados
logró cubrir el cielo. Ha sido una primavera negra, de eso no hay
duda.
No
importa ya cuál fue el motivo del distanciamiento, lo cierto es que
se fueron dos de los más necesarios. Y así lo quiera o no, siguen
lejos, un poco más cerca, pero lo suficientemente lejos como para no
poder sentir su calor. Me faltan. Me siguen faltando. Pero, ¿y ahora
qué hacer? Porque ya no encuentro formas de hacer que vuelvan. Lo he
intentado. Ellos no quisieron, ahora yo tampoco quiero. Creo. Ya pasó
más tiempo del que pretendía aguantar. Al menos del que pensé que
iba a aguantar. Qué bueno es no saberlo todo y poder descubrirse
algo nuevo todos los días. Ahora ya ni sé qué quiero. Quizás es
cierto que todo va y todo viene, pero, qué feo que es ese momento
entre que se fue y volvió. Tratando que los días se vuelvan
interesantes. Tratando de agregarles un algo que los mueva.
Buscándome.
Sé que
es una reflexión a la que he llegado por ciertos caminos que tomó
mi vida y que ojalá no le pase a nadie, pero, qué poca importancia
le da la gente a lo que realmente vale y cuánto valor la agrega a
elementos superfluos e irrelevantes de nuestra vida diaria. Uno no
sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Y es así. Y tantos no saben
lo que sí tienen, y lo descuidan, y les importan cosas tan poco
importantes. Es triste, pero es cierto.
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