Sin duda alguna el peor día de mi vida fue cuando falleció mi hermana y cuando mi mejor amigo se volvió a su patria.
Perder a un ser querido es lo peor que te puede ocurrir, porque por más optimismo que tengas las cosas no vuelven a ser las mismas. Uno puede ser optimista, mirar para adelante, tratar de encarar pero aún así, nada es igual.
La ausencia de una persona que es necesaria para ti es asesina.
Requerir de alguien, necesitar su apoyo, su oído fiel, su abrazo y por instante imaginártelo al punto de casi sentirlo, y podría decir experimentarlo nuevamente como si de verdad ocurriera, para luego caer a tierra y darse cuenta que no, que no está. Ni a dos cuadras, ni a 18 kilómetros, ni siquiera del otro lado del charco, es devastador. Porque está bueno crear ilusiones y por un instante tenerlas presentes, pero ya vivir de ellas es insano. No es positivo, y es enfermizo. Hay que atenerse a lo que se tiene y a lo que no. A lo que se puede tener y a lo que no. Y eso me mata, cuando me pongo mal, por equis motivo, y preciso de esa persona que no se encuentra, más mal me pongo aún, al darme cuenta de que no está.
Por suerte, y para mi suerte, hay otros ahí, que me escuchan también, que me tiran su mejor onda. Y hay otros que a veces no responden. Igual no es lo mismo.
Ese vacío creado no se llena tan fácilmente.
Y esto me lleva a la conclusión, que el peor día de mi vida no fue cuando esas personitas partieron, fue el siguiente. Al levantarme y ver que ya no estaban, al darme cuenta que ya no estarían como solían hacerlo, ahí fue que se generó ese gran vacío en el medio de mi pecho.
Primero, despertarme ese 7 de julio, sólo en mi casa, fue de lo peor. Sentía como si me habían arrebatado una parte de mi, a alguien muy especial, a mi mejor amigo. Y por ello es que ese día no me fue muy bien que digamos. Terminé muy alcoholizado, en boxers, pintando una pared de mi cuarto de azul, pintándome a mi, al punto de parecer un avatar (un tip, nunca pintar borracho). Lo fui sobrellevando bien, aunque últimamente me ha costado mucho.
Cuando me enteré que mi hermana había muerto me pegó como una patada en la boca del estómago. Honestamente, no me la veía venir. Cuando mi viejo me llamó estaba en otra, estudiando filosofía para el parcial que tenía al rato y hablando con una futura psicóloga que me ayudaba con Descartes y su club de fans. Sabía, obviamente, que estaba internada, medio seria, pero tenía la sensación de que se iba a poner bien, no era algo tan serio lo que le había ocurrido y supuse que iba a mejorar, que iba a salir para adelante. Pero no. Cuatro y algo suena el teléfono, me avisan que es para mí, y el que hablaba del otro lado era mi viejo. -Joaquín, Yumi falleció. NO, NO, NO, NO, NO, NO. No se me ocurría otra cosa, no podía creerlo, no era posible, no era justo, no era lo correcto. Simplemente, no estaba pasando. Fue tan de la nada todo, que creo que eso fue lo que más me afectó. No estaba preparado, no lo veía venir.
Esa noche, la de un miércoles 21 de julio, afortunadamente tuve a mis padrinos, y gracias a ellos no estuve tan mal. Pero nuevamente, a la mañana del día siguiente, el agujero se hizo presente. Esta vez demoró un poquito más. Llegó al atardecer, cuando ya estaba de vuelta en mi casa. Simplemente llegó, no tocó la puerta, no avisó, no nada, llegó y dijo: aquí estoy. Aseguro, que ese sentimiento, es el peor. La falta de algo es, literalmente, como sentir el corazón pesado. El pecho te presiona, sientes cada latido con fuerza y duele, duele mucho, es como si cada "pum pum" te recordara que estás viviendo un segundo más sin esa persona a tu lado.
Quieres llorar, y de hecho lo haces, pero llega un punto en el que las lágrimas se agotan. Y aún así lloras.
Y duele más. Respiras cortado, tu pecho se hace notar, y ese maldito agujero se agranda y se achica con cada inhalación y exhalación. Y luego duermes y pasa. Y después de varios sueños, el agujero se cierra paulatinamente. Hasta que un día, un día cualquiera sin previo aviso, se hace presente. Y de golpe, todo vuelve.
Y te pasa, como me pasó a mi ayer, que quieres un abrazo, ni más ni menos, un simple y cálido abrazo, pero por más de que lo busques en cada rincón de tu habitación, no lo obtienes, no puedes conseguirlo, no es fácil. Y por más que una llamada me levante el ánimo es diferente. Lo que quieres es calor humano, oír esa voz tan sólo una vez más, y lo que en realidad necesitas es saber que tienes a esa persona. Pero no, no la tienes, y el maldito vacío esta ahí.
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